martes, 6 de diciembre de 2011

Somos dueños de lo que callamos y esclavos de lo que hablamos.

Una pregunta bastó para mostrar la fragilidad de un personaje que usualmente habíamos visto en su zona de confort y más que verlo, escucharlo en esa área cómoda, con preguntas hechas, previamente estudiadas y respondidas sobre guíones muy probablemente hasta con telepromter.
El ídolo tiene pies de barro, o por decirlo con más certeza: cabeza de chorlito; término acuñado para referirse a la persona ligera y de poco juicio, que fue lo que todos vimos y seguimos viendo en las repeticiones de tan vergonzoso suceso en la FIL el sábado 3 de diciembre pasado, algo que Enrique Peña quisiera borrar de su trayectoria.
¿Qué tanto afectará este hecho a la campaña del hoy precandidato del PRI-PANAL-Verde? El líder de las encuestas por la presidencia. Eso lo dirá el tiempo y también qué tanto puede afectar en la decisión del electorado el conocer el talón de Aquiles de Enrique: sus conocimientos y su acervo cultural...
Pero, ¿es importante para una nación que quien pretenda ser su representante sea culto, lea, se sepa conducir en público, demuestre capacidad de inteligir y responder una pregunta concreta y simple? o es sólo ¿algo adicional al liderazgo y a la capacidad de dirección?

Soy de la idea que desde el principio, quienes quieran optar por la presidencia, al menos de mi país, deberían ser sujetos a una especie examen de admisión una oposición en la que demuestren sus capacidades, cualidades y por qué no hasta su coeficiente intelectual. En lo personal prefiero un presidente inteligente y que sepa responder con capacidad a un pin-pon, "guapo y de cartón"

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