La muerte es
una quimera: porque mientras yo existo,
no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo.
Epicuro
Schopenhauer
afirmaba, y tal vez no haya sido el único, que sin la muerte no se habría filosofado. Y es que es la muerte una de
las realidades más complejas y más discutidas de la vida humana. El “más allá”,
la trascendencia, el fin del hombre, son, han sido y serán cuestiones que desde
que el hombre es consciente de su realidad, se ha preguntado. La búsqueda de
esa respuesta a la realidad de la muerte está vinculada al sentido de lo
humano.
Lo
que todas las culturas han interpretado acerca de la muerte y todos los ritos y
simbolismos asociados a ella nos pueden dar una idea de la relevancia que tiene
para el hombre. En México se celebra el día de los muertos el 2 de
noviembre, fecha en la que nos reímos de aquello que usualmente causa tristeza.
¿Por qué nos duele la muerte? La ausencia, la falta de un cierre apropiado a
una relación familiar, amorosa o de amistad, o simplemente la falta de
entendimiento a un hecho tan natural como el fin de la vida, nos lleva a todos
a sufrir (padecer) la muerte sin ser nosotros necesariamente los sujetos de su
acción.
Morir,
para el cristiano, representa vida en la resurrección. Para el agnóstico, en
cambio, no representa nada, es simplemente el término de la utilidad de las
partes del cuerpo, la completa degeneración de un organismo. Sin embargo en
ambos casos afecta y engendrará un sentimiento asociado con el dolor.
Y es precisamente por la fuerza de ese sentimiento,
que resulta que también la muerte es uno de los tópicos más recurrentes en la
literatura, y más concretamente en la poesía. Escribir de la muerte resulta
pues para un autor, tratar uno de los aspectos más humanos: su transitoriedad;
la muerte al volverse portadora del dolor, del final, genera un sentimiento tan
fuerte que encuentra en las palabras un alivio, una descarga de ese mismo
dolor.
El refrán es sabio: “la pena compartida, es media
pena” y quizá es por eso que también en su búsqueda de liberarse del dolor, que
los escritores dan un valor muy grande al sentimiento generado por la muerte.
Me atrevería a afirmar que no hay poeta o autor que no haya dedicado un verso o
una línea, un aforismo a la muerte, al dolor generado por ella o a la
trascendencia a la que también está vinculada. Amado Nervo nos da una muestra
de lo que la muerte representaba para él en su poema EN PAZ.
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Una
celebración y homenaje a la vida, una representación de que también estamos
aquí con un propósito, y es tal vez por eso que la muerte genera tantas
incógnitas y resulta ser el tópico más dialogado, más discutido, más referido.
La muerte nos remite, pues, al plan de vida del ser humano, tanto del individuo
como de la humanidad en general. De ahí la riqueza de temas que puede generar
escribir sobre la muerte. Se escribe sobre la realidad de la vida humana, de su
trascendencia, de su propósito. Hacerlo, pues, da al autor la oportunidad de
referirse no sólo a un sentimiento fuerte sino que le permite tratar de la
humanidad y su confrontación con su lugar en términos espacio-temporales.
La filosofía, la religión, la política, el juego han
tratado, como la literatura, el tema de la muerte, que es el tema de la vida.
Si no has pensado en morirte, no has pensado en ser humano, no has pensado en
vivir. Busca en la muerte tu respuesta, busca en la muerte tu vida. Busca en la
muerte tu trascendencia. Vincular la muerte con la armonía de las palabras en
una poesía, es (o puede ser) a final de cuentas una manera de permanecer en la
trascendencia y permanencia de las letras.