martes, 22 de octubre de 2013


Sí, también somos humanos.

Siempre he creído que, como seres humanos, nos distinguimos de los animales por nuestra capacidad creadora. Las flores no deciden oler rico, ni verse bellas; el pavo real macho no puede sujetar a su voluntad el color de sus plumas; el ruiseñor canta porque está en su naturaleza. Todos los animales generan belleza simplemente porque lo tienen que hacer, su carga genética los obliga, su instinto los guía y ellos simplemente se dejan llevar. El hombre, en cambio, aun siendo animal, posee la capacidad creadora, algo que le lleva más allá de lo que está, por naturaleza, obligado a hacer. Y es por ello que ha sido capaz de fabricar herramientas, cambiar el entorno, generar cosas nuevas, en una palabra: Crear.

La capacidad creadora del hombre, nos habla entonces de una cierta superioridad con respecto a los demás seres vivos. Somos, por decirlo de alguna manera, sobrenaturales en ese sentido. La música, la generación de un alfabeto y de un lenguaje con reglas, la capacidad artística que nos lleva a modificar el entorno, son las muestras fehacientes de que en efecto, tenemos algo superior a nuestros compañeros de planeta: una capacidad creadora.

               Sirva este preámbulo entonces, para entender el contexto de la creación literaria en específico. Generar una historia escrita, es contemplar la realidad para mostrarla en otro marco de referencia, es inventar un mundo posible, a partir de lo que conocemos; un cuento, una historia breve, representa un sueño, vivido o no, una historia real o no, pero que escrita con las palabras adecuadas nos lleva, como lectores, a ver las cosas desde otra perspectiva. Una historia, cualquier historia, bien contada, nos permite llegar a lugares desconocidos, atemporales, para que nuestra imaginación nos permita colocarnos ahí como un testigo más.

Escribir es para muchos el escape de la realidad; escribir, para alguien en un entorno laboral como el nuestro, es también buscar mostrar a los otros esa parte de humanidad, la capacidad creadora, que todos tenemos; escribir se vuelve una manifestación de la innovación, es un permitirnos hacer algo nuevo con algo existente, ver y describir las cosas como a través del caleidoscopio, en el que apenas girarlo un poco enseña una figura distinta, con los mismos colores que la anterior. Escribir es, para un escritor que no lo es por oficio, una incitación para seguir mostrándonos como humanos, un acto que nos lleva a seguir buscando resaltar esa parte sobrenatural que todos tenemos y que, por la razón que sea, hemos dejado de utilizar.

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